Entradas

Juan A. Pérez desplaza a Jan Alan

Juan A. Pérez desplaza a Jan Alan
La memoria de los justos

Relatos


Relato 1

Una habitación a oscuras.

Un escalofrío me hace despertar, un espasmo, un relámpago que me recorre el cuerpo de abajo arriba. Cuando abro los ojos sigo en la oscuridad, no veo nada, absolutamente nada.
        Deduzco la noche, deduzco también que estoy en cama, y que lo más seguro es que un mal sueño me haya despertado de pronto.
        Es poco a poco cuando comienzo a imaginarme las formas oscuras y sinuosas de una habitación. Bultos informes de ropa, cosas colgadas de una pared que una vez fue blanca. Manchas oscuras que se retuercen en sombras vacilantes como rostros que me miran desde un más allá. Siento temor.
        Es en ese momento cuando intento darme la vuelta por primera vez, y no puedo. No puedo ni mover un músculo. Un extraño presentimiento me invade, como esa sensación de estar siendo observado desde ese otro ángulo que no puedo observar ni en sombras. Es como saber que si miras encontrarás algo que no quieres ver.
        Ya me imagino un ser de luz con mirada intensa y siniestra observándome, llamándome en susurros. No quiero mirar, pero no puedo evitar intentarlo. Es como una tentación demasiado grande.
        Lo intento, sudo,..., lo vuelvo a intentar. Un momento de vacilación.¡¿Qué me pasa?!
        Intento entonces pensar en otra cosa, en algo que pueda recordar, algo que quizá me haga conciliar de nuevo el sueño. Sí, eso sería estupendo, poder dormir y despertar cuando la claridad del día espante mis fantasías nocivas. Cierro los ojos intentando entonces controlar los latidos sordos de mi corazón.
       Apenas segundos después, o al menos eso me parecen a mí, me despierta un leve crujido. Débil, pero lo suficientemente audible para hacer que vuelva a abrirlos como un par de faros en la oscuridad.
       Hay algo ahí, lo siento, oigo como respiraciones, ¿o es la mía? Siento mi agitación, intento entonces taparme, cubrirme con la sábana, pero... No, sigo sin poder moverme. Nada, ni un músculo.
       Lo achaco al nerviosismo, a esa irracional fuerza que nos paraliza sin un motivo aparente. Intento entonces calmarme, vuelvo a reducir mis pulsaciones, a recordar las cosas bonitas que rodean mi día a día. Sí, quizá así pueda volver a dormirme. A veces funciona así, cuando menos te lo esperas te duermes y cuando despiertas al sol sólo recuerdas la leve agitación de la noche anterior.
       Recuerdo notas de música, gente riendo, es lo más cercano a ese mismo día que acaba de terminar. Una sensación de liberación, la sensación de estar en el lugar exacto y en el momento oportuno. Un viaje, quizá una disculpa y...
       Otra vez ese ruido, es como una provocación, creo que va dirigido a mí. Y también parece que proviene de ese punto muerto a mi espalda. El sudor comienza a agobiarme, y el sueño una quimera. Sólo espero que algo pase, que algo salga de la oscuridad como un relámpago y acabe la incertidumbre que me consume por dentro. Pero no ocurre nada.
       Daría lo que fuera por saber la hora, por poder moverme, aunque sólo fuera para cambiar la posición. Es algo que comienza a hacerme perder la razón. Ignoro si han pasado minutos, horas, … Ignoro si duermo con alguien o no.
        Sí, puede que también sea eso, alguna chica, alguien que emite ese sonido que escucho a mi espalda. Lo malo es que no recuerdo nada, y debería. A no ser que el alcohol...
        Esa sería la mejor explicación, una noche de música, una noche loca, y quizá hasta alguna droga. Puede que eso resuelva el misterio de mi parálisis repentina. Sí, debe de ser eso. Y también explicaría el hecho de no recordar nada. Algunas drogas pueden provocar una amnesia sobre algunos hechos, y puede durar horas. Creo que lo único que he tenido es un mal despertar debido a una tremenda resaca.
        Decirlo en voz alta me ayudaría, pero no consigo ni mover los músculos de la cara, no puedo hablar. Sólo escucho mis pensamientos una y otra vez, estos no paran. Estos son los que no me dejan dormir. Y lo necesito. Quiero verme ya en el día siguiente. ¡Por favor, que pase el tiempo! ¡Quiero dormir!
        Cierro los ojos con fuerza, intento no pensar en nada, pero al poco vuelvo a escuchar ese leve roce. Algo que no me deja en paz, algo que en cuanto me doy la vuelta reclama mi atención.
        Los vuelvo a abrir. ¿Qué más da ya?
        Me fijo entonces en esas sombras, las observo tan detenidamente que me parecen que cobran vida.
        No sé si es mi imaginación o no, pero se agrupan entre sí para formar figuras más complejas. Parece como uno de esos juegos de sombras chinescas. Pienso por un instante que si me concentro en este absurdo juego eso me adormezca, quizá evite el nerviosismo que seguro no me deja dormir. Pero pasa el tiempo y no lo consigo.
        Pienso entonces en el mañana, en ese día siguiente que estaré cansado, que me arrastraré como mi cuerpo no descanse lo que debe. ¿Qué hora podrá ser?
        ¡¿Cómo puedo estar tan agobiado?!
        Ahora siento frío. ¿Cómo se puede tener frío y estar sudando al mismo tiempo? Es absurdo, al igual que todo lo demás.
        Debo moverme, lo necesito. Nada es peor que el agobio de no poder...
        Un pensamiento cruza entonces mi mente... ¿Y si estuviera muerto?, ¿y si eso es lo que pasa cuando uno muere? A decir verdad estoy solo con mis pensamientos. Por lo que a mí respecta no existe nada más, ni siquiera mi propio cuerpo.
        ¿Y si ya no tuviera cuerpo?
        Eso explicaría que no pueda moverme.
        No, tonto, no explica el resto de cosas. Al no tener cuerpo debería ser más fácil no más difícil. ¿Y el sudor?
        No, descartado. Aunque esa idea me hubiera gustado.
        ¿Qué más opciones quedan? ¿Qué me haya quedado como un vegetal? Eso sí que no podría soportarlo. Si fuera así, que me maten por Dios.
       ¡Ya listo!, ¿y cómo lo vas a decir si no puedes hablar ni escribir, ni moverte siquiera?
       ¡Ojalá no sea eso!, es como morir encerrado en tu cuerpo. Un muerto en vida. Sería horrible.
       Ese último pensamiento me deja hecho polvo, puede que incluso esté llorando, ¡cómo saberlo...!
       Un momento... Las sombras cambian, un leve tono más claro. Sí, parece que está amaneciendo. Sí, debe de ser eso. ¡Por fin!
       Mi ilusión se desvanece tan pronto como llega. La oscuridad recupera su terreno. Pero, ¿qué ha sido eso? Debe de ser algo, al menos es un cambio, y un cambio no es malo. ¿O sí?
       Pasan varios segundos, o al menos eso creo, y ya no se escucha nada, absolutamente nada. Podría ser esa otra persona, espero que una mujer atractiva, que duerme a mi lado. Sí, y supongo que se ha dormido profundamente, que ya no cambia de posición, que no se roza con la sábana. Debe de ser eso.
      ¡Por Dios me vuelvo loco con conjeturas y más conjeturas! Quiero despertar, o dormirme. No sé, ya no sé ni lo que digo.
      La mañana lo aclarará todo, sí, y seguro que entonces me reiré, y espero que en compañía de esa persona que duerme a mi lado.
      ¡Qué envidia me da ahora! El hecho es que no recuerdo lo que se siente al dormir. Debe de ser maravilloso.
      Un momento... ¿Y si esto fuera un sueño?, ¿y si en realidad estoy durmiendo y esto no deja de ser un mal sueño?
      Eso explicaría el hecho de no sentir nada, de no poder hablar, de no poder moverme.
      Vuelven esos ruidos, sonidos que me incitan a darme la vuelta. ¿Qué está pasando?
      Me concentro de nuevo en las sombras, en que vuelven a estirarse, en que algo vuelve a cambiar. Es curioso que la imaginación puede hacer el resto. Si no fuera porque me parece imposible diría que hay una especie de monstruo gigante amenazándome a mi espalda. ¡Qué absurdo, ¿verdad?!
      Me imagino mil cosas a mi espalda. Cuando pienso en una la siguiente se me cruza por la mente, la sustituye, se escurre, llega otra... y vuelta a empezar. Es una tarea en verdad frenética y muy agotadora. Llega la mañana, ese es mi pensamiento. Después se me ocurre que pueden aún quedar horas. ¿Cuánto habré dormido hasta que desperté...? Imposible saberlo.
      El sonido se me hace audible, un rugido como de animal, y un destello fugaz. Sí, es una luz, como una burbuja rápida y veloz que cruza la pared de la habitación. Me quedo mirando su eco como forma de un cuadro mal acabado.
      Ya no sé si es miedo lo que me atenaza la garganta. No, ¡qué estupidez!, no siento la garganta. De hecho sólo soy mente. Ni siquiera estoy seguro de estar observando con ojos reales. Es algo como mucho más subjetivo.
      Vuelve la luz como a ráfagas una y otra vez, creo que incluso tiene un patrón de aviso. No estoy seguro, pero podrían ser como coches que circulan a una distancia equidistante uno de otro y cuyo reflejo se plasma en la pared.
      ¿Hay alguna ventana detrás? A decir verdad no recuerdo del todo mi habitación. Mis recuerdos son muy inconexos. Sí recuerdo un día de luz natural y una ventana grande, enorme. Desde dicha ventana se observaba un árbol grande y un jardín medio abandonado. ¿Estoy en esa habitación?
       Ni siquiera me he planteado mi edad. Puedo ser sólo un niño, muchos de mis escasos recuerdos me llevan a pensar eso, pero también podría ser un adulto, un padre de familia que tiene hijos, un marido que duerme cada día con su mujer. ¿Son de ella esas respiraciones? ¿O son las mías?
       ¡Atención...!, llega otro cambio, las formas cambian. Creo que empieza a haber más luz en la habitación, creo que las sombras se hacen más claras. Es la mañana, sí, estoy seguro.
       Oigo una voz, o lo que me parece una voz. No estoy seguro del todo porque creo que no recuerdo haber escuchado algo semejante. Me retumban los sentidos, me siento abrumado por la sensación de estar rodeado de personas que me observan con curiosidad. Y me pregunto... ¿por qué tengo conciencia si no sé compararla con algo tangible de mi memoria?, ¿qué sé yo sobre lo que es real o producto de mi imaginación?
       ¿Y de dónde procede esa imaginación?
        Intento cortar toda relación con ese momento, con esa realidad. ¿Cómo se pueden cerrar unos ojos si ni siquiera sabes si los tienes? Es algo en verdad horrible. Y empiezo a ser consciente de que jamás sabré nada. Es como si viviera en una pesadilla perpetua.
        Es entonces cuando empiezo a escuchar una algarabía difícil de explicar. Es como un conjunto de voces solapadas unas con otras. También el chirriar de unas puertas que parecen abrirse poco a poco. Y un golpe sordo. Ese golpe coincide con una luz potente que se refleja en la pared que observo desde hace... ¿horas?
        Es una luz que no parece natural, es más bien como un foco de procedencia eléctrica.
        Intento conservar la calma encogiéndome sobre mí mismo. Tengo miedo, tengo pánico de que esto sea el final de algo. Y entonces ocurre lo peor.
        Siento como si me cogieran por detrás. Unas manos inmensas me estrujan el cuerpo, me levantan inerte. Siempre mirando hacia esa pared, que observo sin reconocer como mi dormitorio. Es algo carente de vida, de muebles, de estructuras. Y yo me elevo como un trapo que alguien recoge del suelo.
        Salgo entonces a la luz, me daña la visión, y sí... No puedo decir ojos, porque no es como recuerdo haber visto con ojos, es más bien como esa luz que definen los que llegan al otro lado, a ese otro mundo que se vislumbra más allá de la muerte. Ahora creo que ya no tengo duda, estoy muriendo, estoy traspasando el umbral.
        “--Sergio--, dice una voz de mujer, --¿qué hago con este muñeco? No puede seguir más tiempo en el armario. Tengo que meter vuestra ropa.”
        “--¿Qué muñeco?--, contesta un niño de unos 14 años entrando en la habitación, --Ah, ese--, dice con un gesto despreocupado. --¡Bah, tíralo!, es de cuando hice la comunión, un regalo del tío Andrés.”
        “--Tal vez...--, dice la madre con el muñeco entre las manos, –No sé, tal vez quisieras conservarlo como recuerdo de tu tío. Hoy mismo hace cinco años que murió.”
        Sergio se da la vuelta sin querer decir nada, pero antes de desaparecer por completo, da media vuelta y se queda mirando al muñeco y a su madre.
       “--Tienes razón mamá. ¿Hay sitio en el trastero?”
       “--No, ahí no. Pero ya sé dónde lo guardaré. Esta casa tiene tres altillos estupendos y sólo dos están ocupados. Así no molestará por cualquier lado.”
       El chico se lo agradece a su madre con una sonrisa, antes de irse a la calle. El muñeco queda apilado junto a montón de ropa que la señora acumula para llevar al altillo.
       Nadie lo vislumbra, pero una mirada de pánico cruza por un momento su rostro hecho de goma y plástico.